Los comunistas criollos, nativos y todos los que asumen esta ideología obsoleta en los países en vías de desarrollo, sustentan su prédica en la confrontación entre ricos y pobres impulsando la destrucción de los primeros por los segundos, pero no para que estos ejerzan el poder porque capacidades no tienen, tal como sucedió en el gobierno de Velasco cuando se les entregó haciendas con cultivos, ganado, edificaciones y se les convirtió en socios de las empresas con la comunidad industrial y laboral, con cuyo patrimonio no supieron qué hacer dedicándose a consumirlo en la satisfacción de sus necesidades primarias en un festín de corrupción entre sus dirigentes; de modo que este trasnochado comunismo solo persigue la toma del poder por cuatro vivos para controlar todo el aparato estatal y someter a una nueva modalidad de servidumbre a la población, privándole de sus libertades y demás derechos fundamentales.

Hemos visto que sus estrategias en países que atraviesan permanentes desconciertos morales por el mal ejemplo y el bajo nivel educativo, tienen éxito cuando manejan adecuadamente una propaganda plagada de falacias y sofismas para distorsionar la realidad y acrecentar odios y resentimientos, y el mejor ejemplo es la forma en que llegó al poder Pedro Castillo utilizando una fachada que disfrazaba el pensamiento senderista que traía como caballo de troya para destruir la democracia y el sistema de gobierno basado en el equilibrio de poderes y el respeto de los derechos fundamentales.

La prédica central del grupo que puso a Castillo en el poder era la presunta discriminación cultural y racial de los pobladores del interior del país por parte de los privilegiados que viven en las ciudades, especialmente los de Lima.

No hubo respuesta a esta guerra política e ideológica para demostrar que llegan al Congreso no solo limeños ni citadinos sino oriundos del interior que predican la defensa de sus hermanos olvidados y, del mismo modo, llegan a las alcaldías y a los gobiernos regionales.

Tampoco se hizo nada para demostrar que sus representantes en municipios, gobiernos regionales, congresistas y también en el Ejecutivo al estilo Castillo y sus predecesores, no llegan al poder para luchar y trabajar a favor de sus pueblos y regiones, sino que buscan lucrar con el poder y el dinero público convirtiéndose en los comepollos, comeoro, comesueldos, coimeros públicos en ministerios y alrededor de presidentes, con estos incluidos.

En este festín de inmoralidad pública participan, con sus excepcionales salvedades, gente de izquierda y de derecha, oriundos y no oriundos, gente de la ciudad y del campo, es decir, los representantes de todos los sectores sociales, culturales, étnicos y políticos.

El problema es que esta gente constituye el espejo de la sociedad a la que representan, y si la moral social no cambia, nada bueno podremos tener en el futuro sino más y más ladrones.

Por: Marcos Ibazeta Marino

 

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