Vivimos momentos difíciles. La mala política, la que divide y no une, ha terminado por enrarecerlo todo, incluyendo a las instituciones tutelares de justicia en el país, como nunca antes había ocurrido. Estamos atravesando la ventisca no deseada en la que, al parecer, todo vale. Las normas son desconocidas; los principios, ignorados. Los valores se han convertido en piezas de museo ornamentales. Y todo, ante la pasividad de una población que parece conformarse con los antivalores, que es lo más preocupante.
En este contexto la Navidad y su mensaje de amor y de perdón, nos llegan con algo de esperanza. Creo que es una fecha que la debemos aprovechar para la reflexión sincera en su significado, sobre todo, teniendo en cuenta que en ella los valores de unión, generosidad y gratitud, entre muchos otros cobran sentido si la sabemos aplicar en nuestros actos de vida y en toda circunstancia, por pequeños que estos fueran. Estamos a días de terminar el año espectando enfrentamientos inútiles, por donde uno observa, ganados por pasiones incontroladas o vendettas cobradas tardíamente.


Y no somos conscientes que, en todo ello, el que pierde es el país, son las instituciones que nos representan o han sido creadas para servir a la comunidad. El odio y la venganza han sustituido a la razón y la reconciliación. No pensamos en qué tipo de sociedad y, menos, de futuro estamos dejando a quienes vienen detrás de nosotros. Somos la generación de un desastre que no supimos enfrentar. Pareciera regodearnos con el dolor ajeno, sin medir la consecuencia de nuestros actos. Creemos que la Navidad es esa oportunidad perfecta y deseada para corregir lo que haya que corregir en la intimidad de nosotros, promoviendo valores, antes que sembrar tempestades que se van tornando irreconciliables.


Para quienes somos creyentes y profesamos la religión católica, esta fecha tiene un profundo significado que sirve para reencontrarnos con lo mejor que hay en nosotros. Jesús, el hijo de Dios, vino al mundo para enseñarnos el camino del bien, del amor y de la justicia. Y también, y, sobre todo, del perdón. La Navidad que es un buen momento para recordar la llegada de Jesús, en un pesebre humilde de Belén, nos sirve para no olvidar que el mejor camino por el que debemos transitar es el que nos conduce a observar y practicar las enseñanzas de Cristo, basadas en principios y valores, antes que la acumulación y el reparto de objetos materiales, por costosos que ellos sean.

Los principios y valores impiden que seamos otros y no nosotros mismos y nos ayudan a ser, cada vez, mejores personas, que debe ser el objetivo mayor que podamos perseguir. Sólo así estaremos forjando una sociedad diferente, basado en personas solidarias que conviven pensando en el bien común, y no en el aprovechamiento personal o la zancadilla malsana. Hagamos de esta fiesta cristiana la mejor ocasión para el perdón y la reconciliación. No olvidemos que la Navidad está fuertemente vinculada con este tipo de reflexión. Y nos será muy útil, sobre todo en estos tiempos de violencia social y moral donde quienes se constituyen en líderes y referentes en la sociedad, lejos de unirnos, promueven la confrontación, la desunión y la desintegración social. Es lo lamentable.

Nos basta ver en rededor nuestro. La política, como la justicia, pilares de nuestra democracia, se hallan fuertemente golpeadas y caminan bajo el manto pernicioso de la sospecha. Lo que ocurre en el congreso de la República, el poder más representativo de lo que es una democracia, ya casi no llama la atención. Pero lo que se nos muestra a diario en las interioridades del Ministerio Público o la Junta Nacional de Justicia sí debe llamarnos a reflexión, porque son organismos autónomos que forman parte de la importantísima red de administración de justicia que deben mantenerse muy lejos de todo tipo de contaminación ideológica, que no sea la férrea observancia de los sagrados principios del Derecho y de la ley.


Recordemos que estas instituciones, como el Poder Judicial, son la garantía moral para una correcta y transparente administración de justicia para los ciudadanos que se ven en la necesidad de recurrir a ellas, en determinadas circunstancias difíciles de sus vidas. Son instituciones que no deben ser manoseadas y a las que debemos cuidar, por sobre todas las cosas. Hagamos votos para que sus protagonistas vuelvan a encontrar el camino recto de la justicia. Sólo así se estará dando señales de tranquilidad y sosiego a una población que observa absorta y sin entender qué está ocurriendo en las interioridades de dichas instituciones. Les deseo una feliz Navidad a mis lectores.


Por: Ángel H. Romero Díaz

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